DIEZ MILLONES DE VOTOS: Historias de que se entretejen en los vagones del metro

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sábado, 17 de diciembre de 2011

 

Historias de que se entretejen en los vagones del metro

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En el día de ayer, me dirigía la UCV., pero antes entré a un centro de conexiones. Quería conversar con mi querida y entrañable hermana, que muy lejos se encuentra. Los chicos que atienden estaban entretenidos en una conversación..conversación? No se, lo que escuche fueron frases como “jaja,ja, ahora les van a pagar a esas por tirar..”, el otro chico decía “ a parir se ha dicho”…”ya les van a pagar por cada tripón”. Me quedé mirando a la chica, a ver que decía y sólo asentía con la cabeza. No dije nada y pedí una cabina, no iba a molestarme, antes de hablar con mi hermanita. Conversé, salí de la cabina, pagué y me fui.
Tomé el metro, mi medio de transporte diario. Entró una chiquita embarazada, no más de 14 años, quizás más, pero por ser, posiblemente, hija también de la desnutrición, así como su madre, su abuela y más allá, era difícil precisar su edad. Ahhh, también era de raza negra, un detalle muy importante, en una sociedad de doble moral que, dicen ser no racistas, pero como ve una en la práctica ejemplos de discriminación. Como nadie le cedía el puesto, yo le pedí a un joven que, por favor, no se hiciera el dormido, y le permitiera a la joven sentarse. Afortunadamente, el chico resultó de lo más educado y lo hizo, sin decir nada. Como generalmente lo hago, ante una señora o señor mayor, mujer embarazada, personas con alguna discapacidad, son muchos los improperios que una recibe, como “no me da la gana”, “que se vayan para el vagón de viejos”, y claro, no faltan los que dicen “que se vayan para las sillas que les puso Chávez”. Pero, cuando estas personas van a esos vagones, están ocupados por jóvenes y mayormente, hombres.
Para no cambiar de rutina, pero sí de tema específico, una señora, de uno 50 años, al ver a la joven embaraza, supongo yo, empezó a hacer comentarios, con un tono de voz altísimo y ojos llenos de ira. Trataré de ser lo más literal posible: “Imagínense, nuestro dinero del petróleo se lo van a regalar también a esas vagas, que no quieren estudiar y se ponen a traer hijos al mundo… “ahora sí que nos fregamos, a parir y parir malandros”. Otra mujer, mucho más joven le contesta; “claro, para que los tipos estén de vagos y sus mujeres les den la plata pa la cerveza y la droga”. La chica embarazada mantenía su rostro como escondido. Ya era demasiado para mi. Le dije a la señora: “la renta petrolera es de todos los venezolanos y ellas, las que Usted llama vagas también son venezolanas y recibirán su cuota”. Por supuesto, la señora se encadenó, no dejaba hablar, la otra le contestaba y así, obviamente, no iba a intervenir más. Afortunadamente, la chica y yo nos bajamos en la estación Plaza Venezuela y las señoras siguieron hablando, hasta que escuché, mientras salía, un grito: Cállense viejas locas”. Creo que no era para mí, apenas pude balbucear alguna frase. Ese es el espacio adecuado para estas y muchas otras personas que descargan su frustración en momentos y trenes atestados de personas.
Por fin llego a la Cátedra, celebro la navidad con mis hermanas y compañeras de vida y misión. Con las niñas lindas, eficientes y creativas que tenemos como pasantes. Valió la pena pasar por tantos sinsabores.
Por supuesto, debo regresar a casa y tomar nuevamente el metro. Ya el tema específico era la misión “Amor Mayor”. Estas fueron algunas frases de algunos jóvenes y adultos: “Ahora les van a dar plata a esos vagos que nunca trabajaron”, “pa que trabajo, total, igual me darán la pensión”, “mejor sigue trabajando porque eso será hasta el otro año, cuando lo tumbemos”, “esos viejos ya tienen una pata en el cementerio, eso es ganas de joder de este loco”.
 Inmediatamente me trasladé a mis tiempos mozos y recordé, cuando tenía 17 años y llegué como inmigrante legal a este país, mi país.
Como no me vine por problemas políticos sino por necesidades económicas, mi deber era trabajar para ayudar a mi familia. Empecé como vendedora en una tienda dental, lo que me pagaban no me alcanzaba para nada y cuando me enfermaba, acudía a un hospital, donde permanecía todo un día para que me atendieran y el dueño de la tienda me descontaba el día. Un día le pregunté, por sugerencia de un médico del hospital, por qué yo no estaba asegurada y, además de insultarme, me dijo que yo era menor de edad y no tenía derecho a eso. Por cierto, empecé a entender, entre otras cosas, porque a algunos de los ciudadanos cubanos que salían de la isla, les endilgaban algunos improperios.
Salí de allí y trabajé con unos húngaros, ya era mayor de edad. Era una tienda de venta de electrodomésticos, trabajábamos 15 personas, no estábamos en el IVSS, pero si nos lo descontaban. El dueño del negocio cambió de ramo y dirección, me retiré porque era lejísimos y ni siquiera el pasaje lo podía costear con el sueldo mísero que recibía.
Llegué a trabajar como secretaría con unos señores de nacionalidad italiana y ocurrió lo mismo, nos descontaban el seguro, pero no nos inscribían. Igual pasaba con mis hermanos y hermanas en otros empleos. Como trabajaba con venezolanos, no pensé que mi condición de inmigrante, fuera el criterio para no estar inscrita en el seguro social.
Después de graduada, en un colegio donde trabajé casi 10 años, me inscribieron en el seguro a los 5 años de estar allí, pero me descontaron todos los años. Por cierto, ya tenía el privilegio de ser venezolana.
Hago esta larga introducción, para recordarles a todos aquéllos/s a quienes tanto escozor les ha generado estas nuevas misiones que, indistintamente de cuales sean las causas y las consecuencias que argumentan, desde el lugar de la intelectualidad, ideología, disciplina, etc., etc. etc., todas resultan irrelevantes, moralistas, más bien moralinas, como decía mi respetado profesor Lozada (moralina, hija, moralina, la máscara de una doble moral) y de una gran falta de sensibilidad social y verdadera ética.
Por Dios, son mujeres, son pobres, son jóvenes, viven en espirales de miseria, no tienen el dinero para comprarse la píldora del día después, como si lo tienen las jovencitas de los estratos altos, la práctica de abortos en condiciones sanitarias terribles, ha generado muchas víctimas. También, muchas de ellas, producto de la intervención de agentes teratógenos, procrearon niños con discapacidad. Ellos también son personas venezolanas. Siguiendo con el aborto, estas jovencitas no pueden hacérselo en clínicas, no pueden simular en el seguro que era una operación de apendicitis.
Y qué decir de nuestra población de ancianos, muchos de ellos fueron obreros explotados y no los inscribieron en los seguros sociales, muchos no conocían sus derechos, estaban en manos de jefes indolentes y explotadores. Ya basta de criminalizar la pobreza, de tener una doble moral, sean sensibles y seguramente, entenderán un poco más la necesidad de estas personas.
Para cerrar, en la vida hay misiones que no necesitan ser justificadas desde la intelectualidad, la razón no nos es útil. Estas misiones hay que verlas con el corazón. Y, aquél que quiera polemizar con mi escrito hágalo en su muro, no en el mío. Vivan las misiones “Hijos de Venezuela” y “Amor Mayor”.
Carmen Liliana Cubillos Sastoque



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