domingo, 24 de febrero de 2008
La opereta sublime de Alejandro Sanz La empresa que no pudo montar el show del cantante Alejandro Sanz, en lugar de reconocer su fracaso, decidió sacarle punta al asunto. Se inventó que el gobierno de Hugo Chávez había prohibido la presentación del divo español. Así, todos saldrían ganando. Para el poder mediático nacional e internacional, obsesionado como está con el presidente bolivariano, esta salida era una delicia. En pocos días, la farándula universal estaba conmovida con la “censura” de que habría sido víctima Sanz. “Los abajo firmantes” estremecieron al planeta, desde la Scala de Milán hasta Hollywood, pasando por el Ateneo de Anaco. Sanz disfrutaba de una gloria distinta a la que depara el canto: la de perseguido político, la de censurado de una atroz dictadura. El tío empezó a creerse un Nelson Mandela mediterráneo y medio gitano. Nuestro mediocre periodismo de farándula, admirable por la profundidad con que ejerce su ignorancia, hacía sideral su histeria y cretinismo. La tolerancia de la derecha, esa que pide reconciliación, hizo trizas al despistado Carlos Baute por cuestionar los groseros ataques de Sanz contra Chávez. Igual le pasó a Franco de Vita, quien criticó por igual al gobierno venezolano y los insultos de Sanz. La semántica fascista no acepta equilibrios. Lo que nunca ocurrió en la realidad –la prohibición de la actuación de Sanz- se hizo “verdad mediática”: “no lo dejaron cantar”, al pobre. Incluso, la matriz de opinión prendió en algunos sectores bolivarianos. Tuvo que salir el propio Hugo Chávez, todo extrañado con el alboroto, a decir de buen talante que se declaraba inocente de todo ese barullo virtual internacional. “No señor Sanz, venga aquí si quiere y cante en Miraflores, yo le presto la Plaza Bicentenaria para que cante lo que quiera”, invitó el presidente de la República. Por supuesto, los medios que tenían montada su campaña negativa, minimizaron su declaración, cuando no la ocultaron. El cantante español tampoco se ocuparía de aclarar las cosas, disfrutando como estaba su rol de héroe virtual, de miliciano del Quinto Regimiento hollywoodense, de Prometeo encadenado a la pantalla, de Conde de Montecristo en jaula chavista, de Juana de Arco ante la inminencia de la hoguera, de Borbón interrumpido en mala hora. La devolución se hizo lenta para ver si los fans se cansaban y dejaban las cosas de ese tamaño y se encadenaban al show virtual de “la persecución chavista”. Qué va. Un diario como El Universal reseñó que hasta dos horas y media de cola se calaba la gente para que le reintegraran el monto de la entrada. “Rosa Martínez manifestó malestar por el hecho de que la empresa Evenpro haya esperado tanto tiempo para regresar un dinero que es tuyo”. Todos en la cola se quejaban de la falta de información (El Universal, 21-02-08) Precisamente, no podía ser de otra manera: toda realidad virtual se construye sobre el ocultamiento o falta total o parcial de información. El fracaso del show había que convertirlo en una victoria en la lucha planetaria contra Hugo Chávez, quien hasta ese momento ignoraba que el señor Sanz se había declarado su “perseguido” favorito, sin ton ni son. Earle Herrera earlejh@hotmail.com |
jueves, 21 de febrero de 2008
Son las motosierras, las cabezas cortadas para jugar al fútbol, los cuerpos recortados para ahorrar trabajo, los machetazos para no gastar balas. Son las niñas violadas, los niños masacrados, las casas incendiadas, los 4 millones de hectáreas usurpadas, los 3 millones de campesinos echados como perros. Son Mapiripán, Chengue, Mejor Esquina, Barcelona, El Aro, La Negra, el Alto Naya, Honduras, Pueblo Bello, Las Tangas, Buenos Aires, El Salado, La Granja, La Chinita. Son la Unión Patriótica, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo, Jaime Garzón, es Mario, es Elsa. Son 15.000 asesinatos, 1.800 masacres, cientos de fosas ocultas, 3.000 desaparecidos.
Son crímenes de lesa humanidad, o crímenes que niegan el ser humano en cada uno de nosotros. Por eso, asistir a la marcha del 6 de marzo es un acto puro de moralidad, una expresión colectiva y simbólica de nuestra dignidad como seres humanos.
La misma dignidad que se expresó en la marcha del 4 de febrero, cuando unos 8 millones de colombianos en 140 países salimos a protestar contra los asesinatos, los collares-bomba, las pipetas, las minas, los secuestros, las cadenas y las bombas de las Farc. Son crímenes de lesa humanidad, que por eso merecen el repudio de la humanidad.
No se trata de comparar. Y no es lícito comparar. Un crimen nunca puede justificar otro crimen, porque entonces ninguno sería un crimen – y habríamos renunciado a ser humanos-. Así que, desde el punto de vista moral, los mismos 8 millones de colombianos que marchamos en febrero tenemos el deber de hacerlo en marzo.
Pero no hay que ser un genio para saber que a la marcha del 6 de marzo no asistirán 8 millones de colombianos, y tal vez ni siquiera un millón de colombianos. Es porque esos eventos multitudinarios no son - como deberían ser y como a la gente le dicen que son- actos morales puros, sino que además son actos mediáticos y actos políticos.
Los medios son el único lugar donde las multitudes se crean, se organizan y se expresan, y por tanto la marcha de febrero no habría sido sin la supercampaña de los medios en contra de las Farc. Pues resulta que en los medios decisivos no hay la misma claridad ni hay el mismo entusiasmo en condenar los horrores de las “autodefensas” (y es elocuente que así las llamen). ¿O es que de veras cree Usted que los canales privados, las radiocadenas y el periódico de Bogotá van a dedicar iguales horas extras y otra página diaria a organizar otra megamarcha contra los “paras”?
Lo cual me trae a la marcha como un acto político, como expresión de acuerdo o desacuerdo con una cierta manera de concebir y gestionar los intereses públicos. Y aquí nos encontramos con una asimetría inocultable: en tanto la política de mano dura en contra de las Farc tiene el apoyo de tirios y troyanos, la política de mano blanda respecto de los “paras” es el asunto más controvertido de este megagobierno.
Los hechos son tozudos. Llevamos ya 6 años de un Presidente dedicado con sus ministros y sus consejeros a buscar un camino legal para indultar a los señores de Ralito y sus miles de “muchachos”. Hay una ley de “verdad, justicia y reparación”, pero es la verdad que le convenga contar a cada ex comandante, la justicia en cárceles que no lo son tanto y la reparación en fincas para ser entregadas a grandes palmicultores.
Los hechos son tozudos, pero las percepciones son todavía más tozudas. La gente – la mitad de la gente, dicen las encuestas- piensa que las autodefensas se justifican y uno de cada tres colombianos piensa que ellas deben perseguir a las guerrillas. Es lo que oigo decir en las tertulias: que a la marcha de marzo no hay que sumarse porque los paras no son tan malos, porque son un mal necesario, porque pagaron sus penas, porque se acabaron, porque la Farc invitan o a las Farc les conviene, porque atacar a los paras es atacar al Ejército y es atacar al Presidente Uribe.
Todo lo cual en mi opinión confirma que el nuestro es un país bastante confundido.
jueves, 7 de febrero de 2008
Los pobres no pueden seleccionar donde vivir, los vivarachos si.
El daño irreparable