DIEZ MILLONES DE VOTOS

El procedimiento o método del golpe de Estado es básicamente el mismo en todos los casos. En base a la disponibilidad de ingentes recursos económicos y a la acción de algunos pequeños grupos y “personajes relevantes” del ámbito de la empresa privada; de los partidos políticos de derecha y de los medios de comunicación, se crea un ambiente de disconformidad primero y luego de crítica y rechazo pleno a cualquier acción de gobierno, después, se compran dirigentes venales de todas las esferas de acción de la civilidad; se incrustan provocadores y agitadores a sueldo en las organizaciones sociales no solamente para promover exigencias fuera de toda posibilidad de satisfacerlas por parte del gobierno, sino también de provocar divisiones y enfrentamientos internos tendientes a debilitar y finalmente quebrar las bases sociales de sustentación del gobierno de las mayorías, en un siguiente paso, la acción pasa a las demostraciones francas de provocación como paros, huelgas y bloqueos en busca de víctimas propiciatorias en el enfrentamiento con los órganos de control del gobierno, y , apelando a los sentimientos más nobles de la población, aleccionada y manipulada “técnicamente” por los agitadores a sueldo, se promueve la insurrección general de la población “cansada de tanto desgobierno, tiranía y desconocimiento de los derechos humanos”.

A este punto del drama, la crisis económica, deliberada y artificiosamente creada, ha llegado también a su clímax como producto del “modus operandi” más siniestro y perverso de los grupos de poder económico, que no trepidan en provocar el sufrimiento y el hambre de toda la población del país, golpeando con especial saña a las gentes con menores recursos económicos de las áreas urbanas. El gran capital financiero que obedece los dictados del imperio huye del país, o simplemente, se abstiene de hacer nuevas inversiones escudándose en antojadizos y artificiosos índices seudo económicos ideados en la metrópoli para medir a su modo “el estado de salud” económica de la periferia. La antipatria constituida por las transnacionales y la gran empresa privada -que carece de sentimiento patriótico y de conciencia social- provocan mediante el manipuleo de los instrumentos de comercio y de mercado, incluyendo el contrabando en gran escala, la escasez y el encarecimiento de los alimentos importados y nacionales; la provisión de elementos básicos como los carburantes y el gas; el alza de las tarifas del transporte; y el sabotaje embozado o directo de la producción nacional, con la consiguiente desocupación, angustia y protesta de los trabajadores.

Simultáneamente, estos mismos agentes provocadores socavan la institucionalidad creando un ambiente de descrédito y desconfianza en los poderes del Estado y en sus autoridades; se despliegan verdaderas campañas de publicidad en los medios de información inflando y exagerando en forma desproporcionada actos de corrupción evidentes o presuntos; los errores o “mala praxis” de gobernabilidad son magnificados si realmente existen, o simplemente son creados en la imaginación de los provocadores, que sugieren además posibles alternativas que “hubiesen sido mejores” como actos de gobernabilidad; se siembra el descontento achacándole al gobierno intenciones de alterar el “orden establecido” en asuntos altamente sensibles como la libertad de credo religioso, la propiedad privada, la tenencia de la tierra, los derechos humanos, la libertad de prensa y otros; los agentes incrustados en las FF.AA. y la policía promueven actos de indisciplina y desacato a los rangos establecidos o finalmente al supremo gobierno.

Y si a todo el mejunje anterior le agregamos en el caso de Bolivia los componentes más absurdos, irracionales y perversos de la sociedad humana –resabios de la barbarie- que son el racismo y el regionalismo, tendremos una poderosa mezcla explosiva, muy difícil de controlar, más aún cuando la antipatria se ha apoderado de instituciones regionales - mal llamadas cívicas – desde donde con dineros propios y foráneos se orquesta y ejecuta el obstruccionismo y directamente el sabotaje a todo el quehacer gubernamental, como últimamente la campaña abierta bajo el financiamiento y los auspicios del Comité Pro Santa Cruz a favor de la capitalidad plena en Sucre, un tema en el que los cruceños nada tienen que ver no solo porque es un pleito ajeno entre otros Departamentos, sino porque, siguiendo la lógica de sus personeros, tendría que darles lo mismo depender de un centralismo paceño que de un chuquisaqueño, de donde se deduce también que el objetivo del Comité no es hacer el papel de defensores de “causas caballerescas” - al viejo estilo quijotesco – sino desquiciar el país para conducirlo al descalabro total, en efecto, y por sí todo lo anterior no fuese suficiente, hasta se pretende bajo el liderazgo del mismo Comité conformar otra nación, opuesta y contraria a la región andina, es decir, dividir Bolivia para ellos separarse y hasta posiblemente anexarse a alguno de los vecinos a los que se sienten identificados, como dicen, muy pueril y cándidamente, “por el verde de la naturaleza”.

Obvio referirme al papel protagónico de la CIA u los otros organismos de intervención de los EE.UU. en los países de la periferia como Bolivia, pues, aparte de todo cuanto nos relata la historia contemporánea de nuestro país y del mundo, el reciente descubrimiento del financiamiento de proyectos para el estudio de alternativas para “el restablecimiento de la democracia en Bolivia”, el descubrimiento del contrabando de armas, actos terroristas de ciudadanos norteamericanos y la actitud prepotente en el caso de la extradición del hijo predilecto del Tío Sam en esta parte de sur América, evidencian cuan profundamente está comprometido el Imperio en la desestabilización del gobierno del MAS en Bolivia.

¿Que hacer? En política, y en general en los fenómenos sociales, no existen reglas a seguir en todos los casos, son los operadores políticos los que de acuerdo a la coyuntura deben decidir la estrategia y la táctica a seguir, pero, hay siempre una regla de oro que ha hecho posible que grandes cambios sociales como las revoluciones rusa, cubana, China, Vietnamita - para hablar solamente de algunas- hayan logrado triunfar, y es la unidad en la conducción del proceso y el movimiento solidario de las masas. Evidentemente, no es posible pensar en el triunfo de la revolución bolchevique sin tomar en cuenta la unidad demostrada en sus cuadros partidarios que, como instrumento político, conjuntamente el pueblo ruso posibilitó la victoria sobre la invasión y el sabotaje de todas las potencias mundiales de entonces, o más recientemente, el caso de la revolución cubana en la que solo la unidad del Partido y de todo el pueblo en torno a su conductor ha logrado la epopeya, que ya es un triunfo, de soportar por generaciones el bloqueo y los ataques del Imperio autoproclamado dueño del mundo; y ya es una redundancia referirse a la unidad monolítica de los revolucionarios vietnamitas que con su ejemplo alzaron a todo un pueblo hasta lograr la derrota del enemigo más poderoso sobre la faz de la tierra; son paradigmas a seguir.
Como lograr y mantener la unidad revolucionaria?, aquí, tampoco creo que haya recetario alguno, pero, un factor determinante es que desde las grandes discrepancias doctrinarias, pasando por las infaltables diferencias acerca la estrategia y las tácticas a seguir, hasta las simples desavenencias o antipatías personales, deben ser debatidas y zanjadas dentro el propio Partido aún cuando se tenga que recurrir a sucesivas instancias de apelación o arbitraje, y todo lo contrario, como aquello de pregonar a cualquier título los conflictos internos, o aquel otro de “denunciar” los actos de corrupción para cuidar la imagen del gobierno o aquellos de develar supuestos o reales actos de “mala praxis” de gobernabilidad, solo servirán en el mejor de los casos para dotarle de argumentos a la antipatria, y en el peor, pueden constituir directamente actos de la antipatria embozada e incrustada en todo el espectro social, a modo de la tristemente célebre “quinta columna” del fascismo franquista. Felizmente la teoría revolucionaria y su práctica histórica han hecho de la autocrítica un instrumento eficaz no solamente para dirimir diferencias al interior del Partido, sino también para determinar responsabilidades y castigar en las instancias internas o, más allá, ante la justicia ordinaria a quienes delinquen en una u otra forma a nombre de la revolución.