martes, 24 de julio de 2007
Un canto para Bolívar
Pablo Neruda
I
Padre nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire de toda nuestra latitud silenciosa:
Todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada; tu apellido la caña levanta a la dulzura,
el estaño bolivar tiene un fulgor bolívar,
el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar,
la patata, el salitre, las sombras especiales,
las corrientes, las vetas de fosfórica piedra,
todo lo nuestro viene de tu vida apagada,
tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios;
tu herencia es pan nuestro de cada día, padre.
Tu pequeño cadáver de capitán valiente ha extendido en lo inmenso su metálica forma;
de pronto salen dedos tuyos entre la nieve
y el austral pescador saca a la luz de pronto
tu sonrisa, tu voz, palpitando entre redes.
¿De que color la rosa que junto a tu alma alcemos?
Roja será la rosa que recuerde tu paso.
¿Cómo serán las manos que toquen tu ceniza?
Rojas serán las cenizas que en tus manos nacen.
¿Y como es la semilla de tu corazón muerto?
Es roja la semilla de tu corazón vivo.
Por eso es hoy la ronda de manos junto a ti.
Junto a mi mano a otra, y hay otra junto a a ella,
otra más, hasta el fondo del continente oscuro.
Y otra mano que tú conociste entonces viene también, Bolívar, a estrechar la tuya.
De Teruel, de Madrid, del Jarama, del Ebro, de la cárcel, del aire, de los muertos de España llega esta mano roja que es hija de la tuya.
Capitán combatiente, donde una boca grita libertad, donde un oído escucha,
donde un soldado rojo rompe una frente parda,
donde un laurel de libres brota, donde una nueva bandera se adorna con la sangre de nuestra nueva tierra.
II
Bolívar, Capitán, se divisa tu rostro.
Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo.
Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado.
Los malvados atacan tu semilla de nuevo;
Clavado en otra cruz está el hijo del hombre.
Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra.
El laurel y la luz de tu ejército rojo
a través de la noche de América, con tu mirada mira.
Tus ojos que vigilan más allá de los mares,
más allá de los pueblos oprimidos y heridos,
más de las negras ciudades incendiadas.
Tu voz nace de nuevo; tu voz otra vez nace;
tu ejército defiende las banderas sagradas;
la Libertad sacude las campanas sangrientas
y un sonido terrible de dolores precede
la aurora enrojecida por la sangre del hombre.
Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos.
La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron;
de nuestra joven sangre nacida de tu sangre
saldrá paz, pan y trigo, para el mundo que haremos!
Yo conocí a Bolívar, una mañana larga, en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento.
Padre, le dije: ¿eres o no eres quien eres?
y mirando el cuartel de la montaña, dijo:
"Despierto cada cien años, cuando despierta el pueblo"
domingo, 15 de julio de 2007
En ese mismo año de 1.823, Thénardier se encontraba empeñado en unos mil quinientos francos, en deudas de pagos urgente, lo cual lo tenía preocupado.
Cualquiera que fuese para el la injusticia tenaz del destino, era uno de los hombres que comprendían mejor, con mas profundidad, y del modo mas moderno, esta cosa que es una virtud en los pueblos bárbaros y una mercancía en los pueblos civilizados, la hospitalidad. Por lo demás era un gran cazador furtivo, y en todas partes se lo citaba por su acertada puntería. Tenía cierta risa fría y pacifica, que era particularmente peligrosa.
Sus teorías de posadero brotaban de él a modo de relámpago. Tenía aforismos profesionales que procuraba imbuir en el espíritu de su mujer. "El deber del posadero, le decía un día violentamente y en voz baja, es vender al primer llegado, guisado, reposo, luz, fuego, sábanas sucias, criada, pulgas, y sonrisas; retener a los caminantes, vaciar los bolsillos pequeños y aligerar hondamente los grandes, acoger con respeto a las familias que viajan, estafar al hombre, desplumar a la mujer, desollar al niño, poner en la cuenta la ventana abierta, la ventana cerrada, el rincón de la chimenea, el sillón, la silla el taburete, el escabel, el lecho de plumas, el colchón y el haz de paja; saber cuanto se usa el espejo con la sombra que se mira en él, y reducirlo a tarifa, y con quinientos mil diablos, hacer que el viajero lo pague todo, hasta las moscas que su perro se come"